El 30 de mayo se cumplió un año de la muerte de Shohei Imamura, curiosamente en Tsutaya (tienda de renta de videos) arrendé Eijanaika, una película que no había visto. Sin pensarlo estaba rindiendo un homenaje a este gran cineasta japonés, representante de lo que se llamó nuberu bagu (nueva ola) de los años sesenta y setenta.
Eijanaika (en español puede ser traducido como ¿por qué no? o ¿qué más da?) retrata la sociedad japonesa a finales del periodo Edo, una época donde se enfrentan lo antiguo y lo nuevo, un conflicto entre la tradición y la modernidad, una momento tumultuoso en lo político y lleno de complots. Pero Imamura en vez de centrarse en la clase de los guerreros y la nobleza enfoca su mirada en el pueblo o en la gente más humilde.
Eijanaika se centra en Genji un personaje que después de 6 años de ausencia regresa a su tierra. Lo primero que hace es recostarse sobre la playa, donde acaba de desembarcar, y confecciona con la ayuda de la arena un pecho femenino en el cual entierra su cara. Es una imagen importante, ya que la meta de su regreso es buscar a su mujer con la intención de llevarla a estados Unidos.
Aunque Genji ocupa un sitio privilegiado en el seno de la película, no como héroe, pero sí de testigo, la verdadera protagonista es la muchedumbre. El pueblo japonés es el “héroe” verdadero de Eijanaika. Es una película colectiva donde la mirada a través de la cámara cinematográfica se mantiene a distancia, incluso en el momento de las escenas intimistas, es un recurso que Imamura utiliza en muchos de sus filmes. Un detalle indispensable para entender la reconstitución histórica es que las imágenes con los decorados o los trajes de cambio de época están dados como trasfondo o escenografía y no petrifican o estancan el dinamismo de la película.
Lo central en todo caso es que Imamura denuncia y revela la manipulación de la que es objeto el pueblo japonés por parte de la aristocracia nipona, secundada por los yakuzas. Los diferentes clanes procuran conservar sus intereses incitando al pueblo a la rebelión. A estos cálculos de la nobleza, Shohei Imamura opone la inocencia, alegría y el deseo de vivir de la gente común. En este sentido, la película presenta una imagen verdadera de las diferentes categorías sociales de Japón. Los barrios de los placeres donde se celebra lo esencial de la acción son delimitados por el río y aparta a la muchedumbre si se decide manifestar más allá de esta frontera natural. En cuanto a los samuráis, Imamura muestra su desprecio para ellos y lo expresa Genji en un diálogo: “Los samuráis aunque se consideran superiores, son sólo asesinos”, por eso no aparece ningún combate rimbombante, ninguna glorificación del gesto marcial, solamente un sable que traspasa un cuerpo, o mejor dicho un simple homicidio.
Shohei Imamura nos entrega una vez más una obra, donde demuestra su gusto por la truculencia, la libertad y crudeza de tono de las escenas, acompañado de una profusión de imágenes muy coloridas. En esta libertad y alegría de vivir del pueblo no puede estar exento el sexo que Imamura lo retrata no como algo excepcional, sino como un acontecimiento normal del diario vivir.
La película termina con la rebelión popular llevada por los danzantes. Un momento cúlmine y apoteósico en que todos van cantando y gritando “Eijanaika”, pero que también es anticipo de la tragedia.
Eijanaika (en español puede ser traducido como ¿por qué no? o ¿qué más da?) retrata la sociedad japonesa a finales del periodo Edo, una época donde se enfrentan lo antiguo y lo nuevo, un conflicto entre la tradición y la modernidad, una momento tumultuoso en lo político y lleno de complots. Pero Imamura en vez de centrarse en la clase de los guerreros y la nobleza enfoca su mirada en el pueblo o en la gente más humilde.
Eijanaika se centra en Genji un personaje que después de 6 años de ausencia regresa a su tierra. Lo primero que hace es recostarse sobre la playa, donde acaba de desembarcar, y confecciona con la ayuda de la arena un pecho femenino en el cual entierra su cara. Es una imagen importante, ya que la meta de su regreso es buscar a su mujer con la intención de llevarla a estados Unidos.
Aunque Genji ocupa un sitio privilegiado en el seno de la película, no como héroe, pero sí de testigo, la verdadera protagonista es la muchedumbre. El pueblo japonés es el “héroe” verdadero de Eijanaika. Es una película colectiva donde la mirada a través de la cámara cinematográfica se mantiene a distancia, incluso en el momento de las escenas intimistas, es un recurso que Imamura utiliza en muchos de sus filmes. Un detalle indispensable para entender la reconstitución histórica es que las imágenes con los decorados o los trajes de cambio de época están dados como trasfondo o escenografía y no petrifican o estancan el dinamismo de la película.
Lo central en todo caso es que Imamura denuncia y revela la manipulación de la que es objeto el pueblo japonés por parte de la aristocracia nipona, secundada por los yakuzas. Los diferentes clanes procuran conservar sus intereses incitando al pueblo a la rebelión. A estos cálculos de la nobleza, Shohei Imamura opone la inocencia, alegría y el deseo de vivir de la gente común. En este sentido, la película presenta una imagen verdadera de las diferentes categorías sociales de Japón. Los barrios de los placeres donde se celebra lo esencial de la acción son delimitados por el río y aparta a la muchedumbre si se decide manifestar más allá de esta frontera natural. En cuanto a los samuráis, Imamura muestra su desprecio para ellos y lo expresa Genji en un diálogo: “Los samuráis aunque se consideran superiores, son sólo asesinos”, por eso no aparece ningún combate rimbombante, ninguna glorificación del gesto marcial, solamente un sable que traspasa un cuerpo, o mejor dicho un simple homicidio.
Shohei Imamura nos entrega una vez más una obra, donde demuestra su gusto por la truculencia, la libertad y crudeza de tono de las escenas, acompañado de una profusión de imágenes muy coloridas. En esta libertad y alegría de vivir del pueblo no puede estar exento el sexo que Imamura lo retrata no como algo excepcional, sino como un acontecimiento normal del diario vivir.
La película termina con la rebelión popular llevada por los danzantes. Un momento cúlmine y apoteósico en que todos van cantando y gritando “Eijanaika”, pero que también es anticipo de la tragedia.
1 comentario:
Como enamorado de la cultura japonesa y de su cine en particular, te agradezco mucho, Milton, tu esfuerzo de acercarnos a ella de tan interesante manera.
Te animo a que continues con estos trabajos sobre realizadores nipones, llenos de curiosas observaciones.
Particularmente, el cine de Imamura me tiene absorbido en la actualidad.
Un cordial saludo.
Publicar un comentario