En el libro Mirar, escuchar, leer, de Claude Lévis-Strauss, aparece una anécdota, referida a una dama japonesa. Enmarcada en la reflexión sobre la cestería, copio unos breves párrafos...
"Al igual que las cestas ya inservibles, los cadáveres son restos a los que su alma o sus almas (o en el caso de los cestos, su espíritu) rechazan dejar. En América, por lo demás, existe para las cestas un equivalente, o casi, de la inhumación: cuando muere el espíritu de la cesta, dicen los pomo, permanece en tierra durante cuatro días y sólo después sube al cielo.
Hay creencias japonesas completamente opuestas. Los utensilios abandonados se transforman también en espíritus sobrenaturales, pero es conveniente quemar esas cosas viejas o, en cualquier caso, librarse de las mismas. Un viajero que se había refugiado en un templo abandonado asistió durante la noche a la danza de un viejo barnero, un cuadrado de tela (furoshiki, sirve para transportar los paquetes), y un viejo tambor. “Eso es lo que pasa cuando nos olvidamos de tirar las cosas viejas”. Entre el ayer y el hoy, entre el hoy y el mañana, hay que trazar una frontera como hizo esa dama japonesa de la que me hablaron (aunque el caso, probablemente, no es excepcional), quien lavaba su ropa todos los días por temor –en el caso de morir súbitamente– a dejar tras ella alguna ropa sucia.
Siempre nos vemos ante el siguiente dilema: romper con el pasado, aún reciente, o conservar –¿pero hasta cuándo?– nuestros viejos trajes, las cosas viejas que ocuparon un lugar en nuestra existencia y que son para nosotros como amigos difuntos. Dice Baudelaire:
¡Oh, mis botas! Entrad dentro de ese armario
Que va a serviros de ataúd.".
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