Pero ciertamente de violencia no es toda esta película. Reconstruye también toda una época: el momento de la llegada del hombre a la luna; de los movimientos obreros y estudiantiles, como mayo del 68; los jóvenes hippies y las canciones típicas de los sesenta. En este sentido, aunque Miike se atreve a tomar vuelos de imaginación imaginativa, nunca pierde de vista la realidad, en todo momento siempre preserva sus caracteres genuinos, si ellos son niños o adultos. Podemos decir que ejecuta la gama de emociones con una habilidad admirable: las aventuras de Riichi son a su vez cómicas, conmovedoras, tristes, o excitantes.
Esta manera respetuosa, casi misericordiosa, en que el director trata a sus actores y la subsistencia de los caracteres hace que la película esté libre de la monería artificial. Debemos destacar que la narrativa de la nostalgia es principalmente episódica, se recrea un extracto de la vida de su protagonista en lugar de una parcela de la historia. Pero la apelación no está en la parcela, está en el retrato. El protagonista es la base para recrear y hablar acerca de la propia vida de Miike (él y Nakaba son de familias de la clase obrera de Osaka y nacieron en los años sesenta); esta película es quizás la más íntima de Miike. Pero también se atreve ser imaginativo y dar cuenta a la vez de la realidad misma con todas sus contradicciones, cualidad que sólo subraya la calidad de la película.
Llena de elementos autobiográficos de su propia vida, regresa a la juventud temprana de su protagonista en los años sesenta. Lo pone creciendo en una casa rota, con un padre que prefiere el juego por dinero (mientras bebe y duerme con las mujeres que hacen strip-tease) a pasarse tiempo con su esposa subordinada. Miike intentó retratar la niñez con una falta completa de sentimentalismo y logró mostrar una comprensión astuta de la mente de un niño, que traducida a la comedia de la vida, refleja una pintura amable y juguetona de violencia y vuelos ocasionales de imaginación.
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