Podríamos decir que este poemario de Alberto Silva se adscribe a esa idea de que Poesía y Vida van alambicadas; unidas en una especie de espiral casi a la manera del pensamiento dialéctico. Algunos críticos, académicos y escritores la definen como una estrecha relación entre la vivencia y la imaginación. Eso ocurre en todo lo que un poeta escribe, con mayor o peor fortuna, y en este libro se nota esta preocupación por la posibilidad de cercanía entre estos dos elementos: “descartando locuras, bajas y suicidios,/ dónde están esos chicos que hace tanto volvieron?/ verán la peli/ en el hospicio/ maniobrando con su silla de ruedas/ o si hay suerte en la barra del bar/ tomando cerveza y contando/ historias verdaderas o falsas sobre una guerra/ que les cayó de pronto/ como argolla de plomo en la garganta/ como engaño masivo/ como negra mortaja”. En la lectura detectamos alguna presencia de las vanguardias latinoamericanas en que la captación de lo nuevo representa en esencia un acto de creación o más bien la recreación de la realidad a través de una nueva perspectiva poética. En este sentido, un cosmopolita no es solo representado como ciudadano capaz de adoptar cualquier patria y como mera experiencia personal, sino que el cosmopolitismo interesa en tanto apertura de fronteras culturales y como conversión de ese factor histórico social en escritura: “Preguntado que de dónde era, respondía: Cosmopolita”
Siempre hay oriente y hay occidente/ siempre hay un griego, siempre hay un persa/ siempre franceses y siempre belgas/ hay los gallegos, los portugueses/ siempre habrá chinos y taiwaneses/ y japoneses frente a coreanos/ los madrileños, los catalanes/ ... siempre un adentro, siempre un afuera”.
El caminar, el deambular, del ente protagonista en los poemas de Silva, sucede al ritmo de la vida cotidiana y ofrece un espacio para el despliegue de las percepciones. La palabra que recoge las sensaciones está atenta a todo suceder del lenguaje en que confluyen los diferentes ritmos y velocidades de la lengua hablada: ese hablar cotidiano en donde más están la inteligencia y la energía: “se me quema el asado/ y el fuego que rutila que raspa y que muerde y que roe/ y desangra esa carne jugosa/ goteando sudores y babas en la pera mental/ de voyeurista hambriento/ de inapelables redondeles/ de ombligos torneados en el vértigo/ de mundos impalpables como en una pileta/ en que abismo mi olímpica audacia...”. Este territorio que trabaja Silva tiene que ver con ciertas tradiciones de la poesía argentina, pienso en la obra de Juan L. Ortiz, por ejemplo. En palabras de Hugo Gola: “Cuando aparece el lenguaje no es simplemente un recipiente de experiencias que se producen fuera de él, sino que se convierte en parte de esa experiencia”.
Perros calientes constituye un ejercicio de indagación e incluso de expurgación de ciertos dolores, de mucha rabia acumulada, en que Alberto Silva desvela su versión de una realidad con elementos entresacados de su experiencia sentimental con simples referencias a acontecimientos, algunos autobiográficos, pero tamizándola entre sueños, recuerdos, cruces, lecturas, viajes, polisemias, sugerencias, visiones, aventuras, privándolas así de su estricto significado verbal. De este modo nos ofrece un íntimo diálogo fraterno que nos puede salvar temporalmente de las incongruencias y el desorden de la vida. Pero además, esta poesía nos ofrece una posición diferente para situarnos frente a un mundo que, en la mayoría de los casos, nos sigue siendo hostil y que parece abocado a su autodestrucción por inanición moral: “...quizá de esto se nutre/ la estupidez socializada:/ respuesta agradecida de la plebe alas prodigalidades/ del señor que mande (como mínimo abarca a:/ sabios a sueldo del menos débil de los fuertes/ periodistas cautivos de la autocensura/ líderes de geometría muy variable...”. En otras palabras es la exploración de esa problemática relación entre un yo y sus mudables aunque inasibles circunstancias. Mediante la ironía, y la mirada oblicua, esa mirada tan nipona, sobre las cosas del mundo, Alberto Silva hace cómplice al lector ya que es un poeta sugeridor de espacios que libera momentos de pensamiento y que responde a un particular modo de entender el mundo que le rodea.
Alberto Silva nació en Buenos Aires. Es doctor en Letras por la Universidad de Paris Sorbonne. Publica ensayo y poesía para medios de Argentina y otros países. Sus últimos libros de poemas son El viaje (Paradiso, 2003) y Celebración del mar (Bajo la luna, 2004). Intimidad con las palabras está en curso de publicación. En 2007 apareció su Alada claridad (Pre-Textos, Valencia). Publicó El libro del Haiku (Visor, Madrid, 2008; Bajo la Luna, 2005) y Libro de amor de Murasaki (Pre-Textos, Valencia, 2008). Fue finalista de los concursos de poesía El Bardo (Madrid) y Ambitos Literarios (Barcelona). Perros calientes. Alberto Silva, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2008. 76 págs.
Siempre hay oriente y hay occidente/ siempre hay un griego, siempre hay un persa/ siempre franceses y siempre belgas/ hay los gallegos, los portugueses/ siempre habrá chinos y taiwaneses/ y japoneses frente a coreanos/ los madrileños, los catalanes/ ... siempre un adentro, siempre un afuera”.
El caminar, el deambular, del ente protagonista en los poemas de Silva, sucede al ritmo de la vida cotidiana y ofrece un espacio para el despliegue de las percepciones. La palabra que recoge las sensaciones está atenta a todo suceder del lenguaje en que confluyen los diferentes ritmos y velocidades de la lengua hablada: ese hablar cotidiano en donde más están la inteligencia y la energía: “se me quema el asado/ y el fuego que rutila que raspa y que muerde y que roe/ y desangra esa carne jugosa/ goteando sudores y babas en la pera mental/ de voyeurista hambriento/ de inapelables redondeles/ de ombligos torneados en el vértigo/ de mundos impalpables como en una pileta/ en que abismo mi olímpica audacia...”. Este territorio que trabaja Silva tiene que ver con ciertas tradiciones de la poesía argentina, pienso en la obra de Juan L. Ortiz, por ejemplo. En palabras de Hugo Gola: “Cuando aparece el lenguaje no es simplemente un recipiente de experiencias que se producen fuera de él, sino que se convierte en parte de esa experiencia”.
Perros calientes constituye un ejercicio de indagación e incluso de expurgación de ciertos dolores, de mucha rabia acumulada, en que Alberto Silva desvela su versión de una realidad con elementos entresacados de su experiencia sentimental con simples referencias a acontecimientos, algunos autobiográficos, pero tamizándola entre sueños, recuerdos, cruces, lecturas, viajes, polisemias, sugerencias, visiones, aventuras, privándolas así de su estricto significado verbal. De este modo nos ofrece un íntimo diálogo fraterno que nos puede salvar temporalmente de las incongruencias y el desorden de la vida. Pero además, esta poesía nos ofrece una posición diferente para situarnos frente a un mundo que, en la mayoría de los casos, nos sigue siendo hostil y que parece abocado a su autodestrucción por inanición moral: “...quizá de esto se nutre/ la estupidez socializada:/ respuesta agradecida de la plebe alas prodigalidades/ del señor que mande (como mínimo abarca a:/ sabios a sueldo del menos débil de los fuertes/ periodistas cautivos de la autocensura/ líderes de geometría muy variable...”. En otras palabras es la exploración de esa problemática relación entre un yo y sus mudables aunque inasibles circunstancias. Mediante la ironía, y la mirada oblicua, esa mirada tan nipona, sobre las cosas del mundo, Alberto Silva hace cómplice al lector ya que es un poeta sugeridor de espacios que libera momentos de pensamiento y que responde a un particular modo de entender el mundo que le rodea.
Alberto Silva nació en Buenos Aires. Es doctor en Letras por la Universidad de Paris Sorbonne. Publica ensayo y poesía para medios de Argentina y otros países. Sus últimos libros de poemas son El viaje (Paradiso, 2003) y Celebración del mar (Bajo la luna, 2004). Intimidad con las palabras está en curso de publicación. En 2007 apareció su Alada claridad (Pre-Textos, Valencia). Publicó El libro del Haiku (Visor, Madrid, 2008; Bajo la Luna, 2005) y Libro de amor de Murasaki (Pre-Textos, Valencia, 2008). Fue finalista de los concursos de poesía El Bardo (Madrid) y Ambitos Literarios (Barcelona). Perros calientes. Alberto Silva, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2008. 76 págs.
1 comentario:
Perros calientes es un libro de poemas genial. Un verdadero cruce de caminos, historias y tiempo. Gracias, Milton, por reseñarlo.
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