
“Buñuel explicó el fin de la fe tradicional como una consecuencia de sus exageraciones relativas al infierno. El verdadero infierno, sin embargo, no es tan colorido como se presenta en los cuentos. Antes bien, parece natural, sensato, lógico. Como el mundo de Hegel al que Dostoyevski regresó desde Siberia. El único lugar al que podía ir. Libre de todo encanto. Cuando la plenitud del Ser, el Todo cósmico se reduce a un mundo técnicamente manipulable: eso es el infierno. No necesita diablos, ni lenguas de fuego, ni lagos de brea hirviente. Bastan el olvido y la ilusión de que la frontera del ser humano no es lo divino, sino lo palpable, y de que el caldo de cultivo del espíritu no es lo imposible, sino algo terriblemente racional y aburrido: lo posible”.